Cuántas veces he dicho al Señor: «mucho me tienes que querer cuando me has dado como madre mía a tu mismísima madre». Y lo digo porque lo siento. Pero María Santísima no es sólo una madre cualquiera, es la mejor, la más amorosa de todas.
Lo más impresionante es saber comprender, sentir cuánto nos quiere esta madre. Cuando yo leí en San Alfonso María de Ligorio que todo el amor de todas las mamás no alcanza al amor que ella tiene por cada uno de nosotros, pensé que era demasiado, demasiado hermoso para ser verdad. Hoy creo totalmente en esas palabras.
Y sé que el amor que ella me tiene no es ni siquiera todo el amor de las madres juntas, es mucho más. Por eso considero el hombre más feliz del mundo por el simple hecho de ser hijo de María. Bendito el momento en que Jesús me la dio en el Calvario.
Madre para siempre, en la tierra y en la eternidad del cielo. La dulce Virgen, la madre amorosa, la Reina más bella, la Inmaculada rosa del Evangelio es mi madre.
Era un mendigo, destinado a la desdicha y a la orfandad, pero un día Ella brilló en mi camino y desde entonces ya la vida no es la misma. Con Ella puedo atreverme a ser todo lo feliz que quiera y a hacer a los demás felices también. La misma que miró con inmenso amor a su Niño Jesús, la misma que lo acunó en sus brazos, la misma que lo besó mil veces en su carita de rosa, me acuna, me besa y me abraza también a mí con un amor parecido. ¡Qué feliz soy!
Foto de Jonathan Dick, OSFS en Unsplash

